lunes, 26 de marzo de 2012

Ewan y Weena

     En el otoño del 2010, próximos como ahora a una huelga general, presenté en el concurso de relatos de Bubok un pequeño cuento de ciencia ficción que, la verdad, no tuvo demasiado éxito en su momento. En la última edición, la de los accidentes, se ha presentado un relato que tiene algunas cosas en común con el mío. Me refiero a que en ambos encontramos a dos astronautas lejos de la tierra, se produce un brindis en la nave o base espacial, y se habla de un planeta sin hombres, exterminados por diferentes motivos. Fuera de esas coincidencias los relatos tienen poco en común. Mi relato de septiembre de 2010 es el siguiente:



                                Ewan y Weena
 
     —¿Cuánto tiempo nos queda?
     —La carga de los acumuladores puede durar un par de días. Si no encontramos un lugar para aterrizar y reparar las placas fotovoltaicas, tendremos que entrar en la solución B.
     —¿Sólo dos días?
     —Sí.
     Ewan y Weena, los tripulantes de la nave espacial, se hallaban sentados frente a la pantalla del ordenador central del puesto de mando. Un choque inesperado con un meteorito, al abandonar el hiperespacio, les había llevado a aquella delicada situación.
     —Weena...
     —¿Ewan?
     —Ha sido un placer trabajar junto a ti.
     —No te rindas aún. Demos un último vistazo al mapa estelar... ¿Qué es esto?
     —Un sistema solar con una estrella enana y dos o tres planetas.
     —Ya lo veo. Pero ese, el más lejano, se ve borroso...
¡Tiene atmósfera!
     —Tienes razón. Toma sus coordenadas. Enviemos una señal sonda y en unos minutos lo sabremos todo sobre él.

Diámetro: 14.4x10E6 m
Densidad : 4.36 unidades.
Gravedad : 8.8 m/s2
Temperatura superficial : entre – 10º y 30º Celsius.
Atmósfera : Presencia de O2 en un 18 %
Agua. Abundante. Cubre un 60 % de la superficie.
Formas de vida: Seres vivos en medio acuoso, terrestre y aéreo.
Basados todos en la química del carbono. Indicios de vida inteligente.

     —¡Dios mío, Weena! ¡Parece un gemelo de nuestra Tierra!
     —¡Estamos salvados! Introduce la posición en el ordenador de ruta.
     —Ya esta hecho. Oye, vamos a abrir una de esas botellas. ¡Esto hay que celebrarlo!
     —Esas botellas son para el Senado Imperial...
     —¡Que se joda el senado! No les vendrá de una.
 

     El aterrizaje fue muy sencillo. Posaron la nave con suavidad en una superficie plana circular de unos doscientos metros de diámetro, rodeada de frondosos bosques. Descendieron por la plataforma desplegable y dedicaron un par de horas a revisar las enormes superficies exteriores cubiertas de placas fotovoltaicas. Repararlas no sería sencillo, pero disponían de tiempo y en aquel lugar no parecía que fuesen a faltarles el alimento y la bebida.
 

     Estabilizados los cuatro soportes que les anclaban al terreno, subieron de nuevo a la nave. El sistema de telecomunicación seguía sin responder. Seguramente, cuando lograsen un nivel de carga suficiente en las baterías, podrían restablecer las comunicaciones con la base de operaciones e incluso con la propia Tierra.

      Pasaron la noche durmiendo profundamente. Después de haber estado al borde de la muerte, su situación actual les permitió algo que hacía días no lograban. Relajarse y despreocupados, descansar plácidamente durante unas horas.


     —¡Ewan! ¡Despierta! No vas a creértelo. Tenemos visita.
     —¿Visita? ¿De quién?
   —Mira por la escotilla. Están ahí fuera. Parecen guerrilleras.
     —¿Guerrilleras? ¡Caramba! ¡Es cierto! Son mujeres... No están nada mal, aunque dan un poco de miedo con esos uniformes y esas armas. Creo que lo mejor será que intentes tú comunicarte con ellas. Al ser una mujer sabrás llevar mejor la situación. Hazles saber que no somos enemigos suyos, que tan sólo vamos a estar unos días aquí, en su planeta.
     —No sé, Ewan... No creo que sea prudente. Deberíamos quedarnos aquí arriba y esperar a que se vayan. No me acaba de gustar la idea de salir ahí fuera y enfrentarme a ellas.
     —No veo que tengamos otra alternativa. Prepárate. Ponte el uniforme, y toma un arma corta. Voy a abrir la bodega y bajar la rampa.
     —No va a hacer falta. Ponte tú también el uniforme. Están aproximando un vehículo oruga con una plataforma elevable. Dentro de un momento estarán bajo la bodega.
     —En ese caso abriré la compuerta deslizante. Quizás al ver que les abrimos nuestra nave entiendan que somos seres amistosos.

     Cuando Ewan despertó notó que le dolía mucho la cabeza. Se llevó la mano derecha al cinto en busca de su arma. No la llevaba. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba? Una débil luz azulada, que venía de un punto situado unos metros por encima, le permitió distinguir que había estado acostado en una plataforma rectangular unida a la pared. Se puso en pie y palpó las extrañas ropas que lo cubrían. Un ajustada pero ligera prenda de un material flexible y suave, que le cubría por completo y dejaba libres cuello y cabeza, y manos y pies.

     ¿Qué le habría ocurrido a Weena? Cuando aquellas mujeres penetraron en la nave, sin darles tiempo a explicarse les habían disparado con algún tipo de rayo paralizante. Weena había caído de bruces y dos de las asaltantes, sin aparente esfuerzo, la levantaron del suelo y se la llevaron por la escotilla inferior de la bodega. Nada pudo hacer para ayudarla. Él quedó apoyado en la pared, viendo como aquellas extrañas guerreras se le aproximaban. Una, que parecía comandar el grupo, le había mirado fijamente. Recordó como sus ojos, grandes y extraordinarios, le observaban con curiosidad, mientras apoyaba en su pecho un voluminoso anillo que llevaba en la mano izquierda. Aquello produjo una dolorosa descarga que le había hecho perder el sentido.

      Su vista se acostumbró pronto a la penumbra. Vio que estaba en un lugar cerrado. En el centro de un alto techo abovedado, varios metros por encima de él, brillaba una mortecina luz azul. Le rodeaba una pared curva, formando como un semicírculo, y la sala quedaba cerrada por otra pared, plana, que unía sus extremos. Dos sillas y una mesa, y aquella plataforma adosada a la pared sobre la que había despertado, eran todo el mobiliario de aquel lugar.
 

     De pronto todo se llenó de luz, una luz viva e intensa que procedía del otro lado de la pared semicircular, que resultó ser de un grueso material transparente, como metacrilato. A su través, vio que aquella celda estaba en el interior de una vastísima sala y que no era la única. En efecto, a derecha e izquierda le pareció ver numerosas estructuras como aquella que le encerraba. En su interior vio extraños seres vivos, animales de especies desconocidas para él.

     —¡Ewan!

     Se volvió sobresaltado. Weena acababa de aparecer por una puerta que se había abierto a su espalda. Vestía un uniforme como el de las guerrilleras y se la veía bien. Pálida y algo nerviosa, pero sana y salva.

     —¡Weena! ¿Qué te han hecho? ¿Por qué te has vestido así?
     —Me han aceptado como una igual. Por ser mujer.
     —¿Y yo qué hago aquí?
    —Siéntate. Miraré de explicártelo.

     Se sentaron en las dos sillas, frente a frente. Ewan alargó la mano para tomar la de Weena.

     —No, Ewan. No me toques. Puede que nos estén viendo. No les gustaría.
     —¿Que no les gustaría? No te entiendo... bien que deben ellas tocar a sus amantes.
     —No los tienen.
     —Vale. A ver si me aclaro. No tienen amantes. Son como las amazonas. Salen de caza y capturan machos de su especie. Procrean con ellos y luego los dejan.
     —Ya veo que no lo entiendes. No hay machos de su especie.

     Ewan miró con incredulidad a Weena. ¿Había perdido el juicio?

     —En este planeta, como pasó en el nuestro, los humanos evolucionaron a partir de unos simios. Los machos y las hembras se diferenciaron poco a poco, de acuerdo con las tareas que asumieron en las tribus. Los hombres cazaban y guerreaban y las mujeres cuidaban de los hijos y del poblado, cocinaban y confeccionaban pieles para vestir. Ello hizo que físicamente ellos fuesen progresivamente más fuertes que ellas. Y como ocurrió allá en la Tierra, con el paso del tiempo los hombres, desde su posición de seres más fuertes comenzaron a considerar a las mujeres como seres inferiores. Y las explotaron y maltrataron, las esclavizaron y las consideraron meros objetos de su propiedad. La poligamia fue algo natural y consentido, así como el adulterio masculino. En cambio, cualquier sospecha de infidelidad en ellas se castigaba con la muerte.
     —Me recuerda lo que estudiábamos en las clases de historia antigua. Aquello de que las mujeres no podían votar, ni ir a la universidad...
     —En este planeta vivieron cosas parecidas, o peores. Pero así como en la Tierra superamos todo eso y no hay diferencias básicas entre nosotros, aquí las cosas fueron distintas. Su progreso en la ciencia les llevó a un elevado conocimiento en biología molecular, embriología y biología reproductiva. No estoy segura de como fue, pero un grupo de mujeres, investigando en la clandestinidad, descubrió que con procedimientos similares a los de la clonación se podía obtener un embrión humano a partir de dos óvulos. Uno de ellos aportaba su núcleo, sus cromosomas, actuando como un espermatozoide.
     —Pero de ese modo sólo podrían tener hijas...
     —Exacto. Colocando en el útero uno de esos embriones se inducía un embarazo, al final del cual daban a luz una niña, hija biológica de las dos mujeres que habían aportado los óvulos. De ese modo se podía evitar la endogamia y la uniformidad génica que la suponía la clonación.
     —Pero sin niños...
     —No los necesitaban para nada. Aquello fue el origen de una violenta revolución. Cuando las mujeres de este planeta supieron que ya no necesitaban a los hombres para reproducirse y mantener la especie, todas las ofensas acumuladas durante siglos volvieron a su memoria. Arrinconados antes en recónditos lugares de su subconsciente el rencor, el odio y el deseo de venganza se hicieron conscientes...
     —¿Y?
     —Y los exterminaron. No dejaron ni uno.

     Weena calló y miró fijamente a Ewan, que la contemplaba con expresión de asombro e incredulidad. Estaba claro que aquello era demasiado para asimilarlo de golpe. Dejó que el pobre muchacho reflexionase en silencio unos minutos. Cuando vio que parecía aceptar la situación le dijo algo más.
     —He logrado convencer a la directora de esta institución para que te colocasen aquí. Eres un ejemplar único de algo que daban por extinguido.

     Ewan estaba anonadado. Miraba en silencio a su alrededor y pensaba que aquello no podía ser real. Era una pesadilla. Una increíble y odiosa pesadilla. Tuvo una idea. Él seguía vivo. No le habían matado.

     —Pero Weena... si todo eso es cierto, ¿por qué sigo con vida?
     —Ya te lo he dicho, eres un ejemplar único. El último representante de una forma de vida extinguida. Como tal estás en este lugar, un moderno museo de zoología. Aquí podrán visitarte con sus hijas los fines de semana, y señalarte como uno de aquellos enemigos a los que vencieron en el pasado. 

 
     Los nombres de los dos personajes no son casuales. Ewan lo escogí pensando en un actor, Ewan McGregor, que ha interpretado más de una película de C.F. Y Weena es un homenaje a H.G.Wells, ya que es el nombre de la joven a la que rescata de los malvados Morlocks, en un futuro muy lejano, el viajero en el tiempo. Y ahora que lo pienso, este relato podría haber participado en el concurso sobre los accidentes, ya que fue un accidente al abandonar el hiperespacio lo que llevó a Weena y Ewan al planeta de las super amazonas.

1 comentario:

Mª Clara Lloveras dijo...

El relato es genial! Me ha gustado mucho...